El suelo de la fría capital congela sus huesos, quellos flash's lo han obligado a tragar aquel fango oscuro. Parece no tener emociones, más máquina que hombre, o al menos eso indica la falta de calidez de sus actos.
Es la primera vez que se desmaya, un susceso muy parecido a la suspención que se le realizó para establecer correctamente "El Adicional" en su organismo. El doctor creía que el despertar iba a ser un buen resultado en sí mismo, pero había obviado las circunstancias en las que podía suceder. Nikolai obtuvo el castigo correspondiente a huir de la realidad usando un camino falso (si todos no lo son), obteniendo una porción de recuerdos que prefería mantener al márgen; una porción de la realidad de la que intentó escapar. El castigo de todos los que desean escapar de la realidad es el mismo y consiste en recordar lo que produjo la huída.
Nikolai intenta incorporarse pero le es una tarea dificultosa, solo logra virar su cuerpo hacia el cie...
una segunda punzada en la médula: el cielo ya no es como lo recordaba, algo que no logra identificar como terror invade su cuerpo inerte.
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"Pandemonio, es una ciudad en la que deambulan Las Voces y en la que se aguarda eternamente al huésped, sea digno o indigno, sea bueno o malo. En su interior apretujados caídos revolotean en una sola carne, dispuestos a saltar al primer navío disponible, como una fuga de agua caliente.
Solo tendrás un segundo para decidir: Leer el Manual de la Naturaleza Doble, y dar la vida; o ser otro para siempre" El capitánTulik; José R. García.
jueves, mayo 21, 2009
Capítulo 2 : Inercia
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El Caminante
lunes, mayo 11, 2009
El Teniente Pacheco
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La Familia Muerte
El Teniente Pacheco
Recostado en su silla el Teniente Pacheco teme el día siguiente, un presentimiento lo hace temblar. Es muy tarde pero se ve obligado a quedarse encerrado en su oficina, solo tiene que esperar dos horas para ir con su mujer, y el teniente no sabe qué es más peligroso. Sabe que el café le daña el estómago con facilidad pero parece ignorar este hecho por completo: sorbo tras sorbo, va cavando su propia tumba estomacal. Tal vez sea debido a los efectos drogos del café por los cuáles la siguiente carga de acontecimientos es explicable. ..... (por cuestiones de seguridad si se desea seguir con la lectura, consultar con el administrador del blog)
Recostado en su silla el Teniente Pacheco teme el día siguiente, un presentimiento lo hace temblar. Es muy tarde pero se ve obligado a quedarse encerrado en su oficina, solo tiene que esperar dos horas para ir con su mujer, y el teniente no sabe qué es más peligroso. Sabe que el café le daña el estómago con facilidad pero parece ignorar este hecho por completo: sorbo tras sorbo, va cavando su propia tumba estomacal. Tal vez sea debido a los efectos drogos del café por los cuáles la siguiente carga de acontecimientos es explicable. ..... (por cuestiones de seguridad si se desea seguir con la lectura, consultar con el administrador del blog)
Cap 1: Colores... Hermosuras
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El Mesías
Ya van cuatro veces en esta semana que he tropezado murmuraba Santiago mientras se incorporaba sonriente, sus cabellos ondulados flameaban desordenadamente mientras contemplaba las zapatillas vueltas a atar. El sol lo iluminaba con una graciosa intensidad y el humor era el adecuado para atragantarse unos helados junto con los amigos. Santiago nunca sospechó la llovizna que cubriría la ciudad esa noche, el impronto cambio de clima y el leve resfrío que padecería antes de echarse a la cama.
El día está muerto, pensó... y por motivos desconocidos le sonrió desconcertadamente a un asiento que se encontraba en medio de la plaza.
El aleteo de las palomas cortaba el aire, sentado en la banca sus ojos se posaron en una de aquellas aves que habiendo descendido caminaba sobre el pasto, era un ejemplar hermoso y acariciarla se le cruzaba por la mente, la sensación repugnante de triturar sus pequeños y delgados huesos entre las manos y el devenir de una masa gelatinosa proveniente de su abdomen. No sería problema capturarla si se abalanzaba de improvisto, y una vez disminuida estrangularla frente a los transeúntes no lo detendría.
Se levantó y compró un poco de maíz, se entretenía viéndola picotear el suelo, ingenua, paciente, atada a otra existencia; pero el espectáculo duró lo que duran las buenas puestas en escena y, Santiago, tuvo que hacerse el desentendido tras espantarse por unos ojos rojos fijos, muertos e inexpresivos que lo incursionaron sin previo aviso.
-Me han plantado, dijo tratando de digerir la impresión; pensó en volver sobre sus pasos y recostarse en el sofá, juguetear con los dardos y echarse una siesta en el diván, pero aparentemente nada era lo suficientemente tentador como el esperar lo inesperado en aquella ciudad de lianas y fieras.
Santiago sacudió su delgado cuerpo y comenzó a divagar por el boulevard, andaba despacio con la pisada segura y la mirada sarcástica que solo él lograba identificarse; los murmullos, los gritos, las risas, los aplausos, los estruendos: la selva amada de Santiago, su hogar de generoso orgasmos. Se detuvo frente a la pileta, el agua salpicaba un rocío irregular.
-Tengo calor
El sudor se mezclaba con aquel rocío, su piel estaba alegre.
Paseó por el centro comercial, la ropa, los discos y sobre todo las colecciones de estampas le regresaron la sonrisa al rostro. Su abuelo que era una persona digna de estudio, le había enseñado a disfrutar de los placeres más sintéticos, recordaba su voz recitando la Eneida de Virgilio, motivo de tantísimos de sus lienzos castos, como a él le encantaba llamarlos; sí, su abuelo, recordaba que siempre que la gente lo hacía objeto de burlas, en vez de ceder, explicaba con sumo cuidado que la crema helada era una estructura que encerraba uno de los grandes misterios. Particularmente a Santiago le importaba más la actitud y carga emotiva que empleaba su abuelo al conversar, que el contenido mismo de su conversasión.
Santiago creció y vivió lo que el dinosaurio vanguardista consideró indispensable, nunca se le exigió al niño seguir el ritmo, pero fue éste quien presionó para que se le impartiera la "enseñanza", enseñanza que consistía en psicoanalizar a la especie humana tomando como punto de referencia a un anciano patético.
Los demás nunca llegaron al boulevard, pero Santiago se encontró con una compañera de instituto; bellísima de ojitos relampagueantes que coquetos perturbaban mientras ella preguntaba sobre sus aretes. La sonrisa instantánea invocó los recuerdos de aquel día de marzo en que Santiago había estado cerca de confesar ciertas cuestiones, que sin mayor problema se resumían en sexo, poder y sumisión.
Sus piernas descubiertas lo excitaban, sus curvas y su aire de niña inocente, sus labios frescos.
[[[-Hace buen tiempo Santi.
-Buen tiempo Ruth, y no te he olvidado.
Ruth se sonrojó, pero trató de disimularlo; de todas maneras no logró actuar bien.
Suspiró profundo, como recordando, ella se sentó en una banquita y yo me senté a su lado.
-No supe nada de ti.
-Desaparecí, me contestó de lo más natural, dirigiéndome una mirada tímida y perturbadora.
La respuesta no dejaba de ser extraña, Ruth era una chica curiosa.
-Desapareciste?, reformulé para obtener una explicación más detallada sin pedírsela con una pregunta directa.
Pero ella respondió solo con un sí, de modo que siguió sin brindarme detalles.
Las palomas aleteaban muy fuerte sobre nosotros, me sentí presionado.
-Te gusta desaparecer?
-Depende.
- de qué?.
-De muchas cosas Santi, como por ejemplo si me haces demasiadas preguntas.
Seguro pensó que yo sentía humillación, pero sin duda la sensación de ser pisoteado por ella, provocaba abalanzarme hacia su cuerpo y dejarme llevar.
Su figura parándose de la banca detuvo en seco el pensamiento
-Es hora de que me vaya Santiago.
Ruth me miró como indagando mis intenciones y se rió
-hoy estás con muchas preguntas.
-si
- de repente regreso la próxima semana, yo me tomo unos cafés por ahí, ya sabes, a la misma hora, adiós Santiago .
Y ni bien acababa de corresponder con la mano, la mujercita de nombre Ruth tomaba un taxi a cinco metros de distancia. ]]]
Santiago se preguntó si realmente tuvo el control de la conversación como le fascina alardear , “imposible, ella me ha dominado, sus ojos mirándome siempre me acomplejan”.
Es gracioso, pensó y sonrió aguantando la carcajada, se preguntó a sí mismo qué cosa era dentro de toda esta anomalía; tal vez solo un espectador .
-Míralos y dime lo primero que se te viene a la mente
-Porqué abuelito?
-tu solo míralos, mira a aquel niño que de seguro tiene tu edad y dime lo que ves
- No lo sé, pero estoy contento de verlo.
“Sí, eso es hasta hoy, nunca supe a ciencia cierta sus propósitos ni sus pensamientos, pero estaba feliz de observarlos como se observan los monos: libres; libres y aún así actuando, fingiendo el teatro interminable que trae consigo el instinto de supervivencia.”
La banquita le provocó, una nueva paloma quedó mirando mientras picoteaba los restos de maíz que algún otro demás le había arrojado, Santiago no pudo mantener la vista, sus ojos verdaderamente lo espantaban; "y si yo fuese una paloma?".......
-Si yo fuese una paloma……
El día está muerto, pensó... y por motivos desconocidos le sonrió desconcertadamente a un asiento que se encontraba en medio de la plaza.
El aleteo de las palomas cortaba el aire, sentado en la banca sus ojos se posaron en una de aquellas aves que habiendo descendido caminaba sobre el pasto, era un ejemplar hermoso y acariciarla se le cruzaba por la mente, la sensación repugnante de triturar sus pequeños y delgados huesos entre las manos y el devenir de una masa gelatinosa proveniente de su abdomen. No sería problema capturarla si se abalanzaba de improvisto, y una vez disminuida estrangularla frente a los transeúntes no lo detendría.
Se levantó y compró un poco de maíz, se entretenía viéndola picotear el suelo, ingenua, paciente, atada a otra existencia; pero el espectáculo duró lo que duran las buenas puestas en escena y, Santiago, tuvo que hacerse el desentendido tras espantarse por unos ojos rojos fijos, muertos e inexpresivos que lo incursionaron sin previo aviso.
-Me han plantado, dijo tratando de digerir la impresión; pensó en volver sobre sus pasos y recostarse en el sofá, juguetear con los dardos y echarse una siesta en el diván, pero aparentemente nada era lo suficientemente tentador como el esperar lo inesperado en aquella ciudad de lianas y fieras.
Santiago sacudió su delgado cuerpo y comenzó a divagar por el boulevard, andaba despacio con la pisada segura y la mirada sarcástica que solo él lograba identificarse; los murmullos, los gritos, las risas, los aplausos, los estruendos: la selva amada de Santiago, su hogar de generoso orgasmos. Se detuvo frente a la pileta, el agua salpicaba un rocío irregular.
-Tengo calor
El sudor se mezclaba con aquel rocío, su piel estaba alegre.
Paseó por el centro comercial, la ropa, los discos y sobre todo las colecciones de estampas le regresaron la sonrisa al rostro. Su abuelo que era una persona digna de estudio, le había enseñado a disfrutar de los placeres más sintéticos, recordaba su voz recitando la Eneida de Virgilio, motivo de tantísimos de sus lienzos castos, como a él le encantaba llamarlos; sí, su abuelo, recordaba que siempre que la gente lo hacía objeto de burlas, en vez de ceder, explicaba con sumo cuidado que la crema helada era una estructura que encerraba uno de los grandes misterios. Particularmente a Santiago le importaba más la actitud y carga emotiva que empleaba su abuelo al conversar, que el contenido mismo de su conversasión.
Santiago creció y vivió lo que el dinosaurio vanguardista consideró indispensable, nunca se le exigió al niño seguir el ritmo, pero fue éste quien presionó para que se le impartiera la "enseñanza", enseñanza que consistía en psicoanalizar a la especie humana tomando como punto de referencia a un anciano patético.
Los demás nunca llegaron al boulevard, pero Santiago se encontró con una compañera de instituto; bellísima de ojitos relampagueantes que coquetos perturbaban mientras ella preguntaba sobre sus aretes. La sonrisa instantánea invocó los recuerdos de aquel día de marzo en que Santiago había estado cerca de confesar ciertas cuestiones, que sin mayor problema se resumían en sexo, poder y sumisión.
Sus piernas descubiertas lo excitaban, sus curvas y su aire de niña inocente, sus labios frescos.
[[[-Hace buen tiempo Santi.
-Buen tiempo Ruth, y no te he olvidado.
Ruth se sonrojó, pero trató de disimularlo; de todas maneras no logró actuar bien.
Suspiró profundo, como recordando, ella se sentó en una banquita y yo me senté a su lado.
-No supe nada de ti.
-Desaparecí, me contestó de lo más natural, dirigiéndome una mirada tímida y perturbadora.
La respuesta no dejaba de ser extraña, Ruth era una chica curiosa.
-Desapareciste?, reformulé para obtener una explicación más detallada sin pedírsela con una pregunta directa.
Pero ella respondió solo con un sí, de modo que siguió sin brindarme detalles.
Las palomas aleteaban muy fuerte sobre nosotros, me sentí presionado.
-Te gusta desaparecer?
-Depende.
- de qué?.
-De muchas cosas Santi, como por ejemplo si me haces demasiadas preguntas.
Seguro pensó que yo sentía humillación, pero sin duda la sensación de ser pisoteado por ella, provocaba abalanzarme hacia su cuerpo y dejarme llevar.
Su figura parándose de la banca detuvo en seco el pensamiento
-Es hora de que me vaya Santiago.
Ruth me miró como indagando mis intenciones y se rió
-hoy estás con muchas preguntas.
-si
- de repente regreso la próxima semana, yo me tomo unos cafés por ahí, ya sabes, a la misma hora, adiós Santiago .
Y ni bien acababa de corresponder con la mano, la mujercita de nombre Ruth tomaba un taxi a cinco metros de distancia. ]]]
Santiago se preguntó si realmente tuvo el control de la conversación como le fascina alardear , “imposible, ella me ha dominado, sus ojos mirándome siempre me acomplejan”.
Es gracioso, pensó y sonrió aguantando la carcajada, se preguntó a sí mismo qué cosa era dentro de toda esta anomalía; tal vez solo un espectador .
-Míralos y dime lo primero que se te viene a la mente
-Porqué abuelito?
-tu solo míralos, mira a aquel niño que de seguro tiene tu edad y dime lo que ves
- No lo sé, pero estoy contento de verlo.
“Sí, eso es hasta hoy, nunca supe a ciencia cierta sus propósitos ni sus pensamientos, pero estaba feliz de observarlos como se observan los monos: libres; libres y aún así actuando, fingiendo el teatro interminable que trae consigo el instinto de supervivencia.”
La banquita le provocó, una nueva paloma quedó mirando mientras picoteaba los restos de maíz que algún otro demás le había arrojado, Santiago no pudo mantener la vista, sus ojos verdaderamente lo espantaban; "y si yo fuese una paloma?".......
-Si yo fuese una paloma……
Capítulo 1 : Lapso
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El Caminante
Lapso
“Nieve oscura, un sol opaco… silencio, espacio, rumor, inexistencia”
La última nube celeste ha entrado en contaminación, la última gota de agua transparente.
Solo él, el hombre, el hombre y el hombre, solo un hombre.
……… Caminante
Su rostro empapado de gotas, sin frío ni calor, riéndo ante el gran desmonte y mascando aquellas gomas primitivas. El miedo lo ha perdido al despertar. Su pulso calculado, sus piernas adolescentes; Es frágil, pero no es recio: es una anomalía.
Se dirige a la capital, ha descansado lo suficiente y el cuerpo recuerda la viciosa futilidad del movimiento. La capital... está lejos.
…
-Alguien para jugar?
-……..
-Alguien para amar?
-…….
Mi especie.
Unos cartuchos milenarios en el suelo, esponjas llenas de moho, googles, unas botas de acero, oro fundido como vasenica: La Capital. Todo menos el cielo es estático, las nubes escapan del caos de la inmovilidad y completan la locura, o la lucidez; los ojos estáticos de Nikolai son diferentes, dentro de su masa es perceptible el movimiento, la contradicción. Nikolai es el punto de convergencia entre el cielo y la tierra.
La capital está desierta, no hay polvo como se pronosticó, sino una hostil humedad. Recostado en una columna romana el sobreviviente siente sofocarse, la garganta se le cierra y una punzada en la médula sirve de advertencia. Imágenes surgen de su mente extraviada : gente /perros/ monos/ sortijas/ postes de luz/ ¡sustós!, pasajeros…. El corazón se le retuerce, la anomalía recuerda el standard y el humano deja de ser humano para ser lo que siempre fue.
Son los efectos secundarios de aquella intervención quirúrgica, Ahora tiene memoria y sufre.
-Nikolai.
Un relámpago, oscuridad y…
-Doctor, he vivido lo suficiente, siento odio, luego, pena.
-No te entiendo
-Ninguno, aporta el enfermero.
-Nesecito huir, sin embargo esta solución es irracional, luego, no es solución.
-¿De qué o de quién estás huyendo?
-Del planeta, de ustedes y de mí.
- ¿Del planeta?, no entiendo
-El planeta no es para el hombre. Mi vida no tiene explicación en el mundo.
-El mundo está para experimentar, vivir, dice el doctor
-vivir… ciertamente.
Grandes brazos mecánicos parecen ensayar movimientos, siento ganas de vomitar, de salir corriendo, pero quedo en la camilla, esperando la operación.
-Un millón de dólares serña tu recompensa cuando despiertes, pero nadie te garantiza el que lo hagas, la CMPP es muy positiva al rspecto, pero yo no estoy muy seguro de que hayan buenos resultados.
-¿cuál sería un buen resultado, doctor?
-que despertases por supuesto, y que recogieses el dinero que te espera.
- Si estoy huyendo, esto sería perjudicial, pero ya dije antes, estoy siendo irracional.
-Por mi parte me gustaría que lo más antes posible comprobaran contigo que El Adicional, para así tener más operaciones y ganar más dinero, para ser feliz en el mundo eso es lo único que basta supongo.
- El hombre no es para el mundo, doctor
-¿Porque repites esa frase?, aporta el enfermero
-El mundo no ha sido creado para el hombre, ni siquiera el hombre existía cuando se éste se creó; no hemos sido creados para sintonizar con él. Nuestra existencia es paralela.
Su cerebro parecía estallar, Nikolai recuerda y se alivia al darse cuenta que aún no está en el plano de la inexistencia. Oye voces a los costados… ¿Dr?, ¿enfermero?. El brazo mecánico ya no roza sus sesos y las náuseas lo han abandonado.
-Usted está apto para la criogenia, ya le aplicamos el “Adicional” y por las razones que conoce debemos suspenderlo por tiempo indefinido para que la siguiente fase del experimento sea factible.
-Soy solo un enfermero, pero opino que usted, mi amigo, debe ser idiota.
Nikolai flota por un momento y luego…
“Nieve oscura, un sol opaco… silencio, espacio, rumor, inexistencia”
La última nube celeste ha entrado en contaminación, la última gota de agua transparente.
Solo él, el hombre, el hombre y el hombre, solo un hombre.
……… Caminante
Su rostro empapado de gotas, sin frío ni calor, riéndo ante el gran desmonte y mascando aquellas gomas primitivas. El miedo lo ha perdido al despertar. Su pulso calculado, sus piernas adolescentes; Es frágil, pero no es recio: es una anomalía.
Se dirige a la capital, ha descansado lo suficiente y el cuerpo recuerda la viciosa futilidad del movimiento. La capital... está lejos.
…
-Alguien para jugar?
-……..
-Alguien para amar?
-…….
Mi especie.
Unos cartuchos milenarios en el suelo, esponjas llenas de moho, googles, unas botas de acero, oro fundido como vasenica: La Capital. Todo menos el cielo es estático, las nubes escapan del caos de la inmovilidad y completan la locura, o la lucidez; los ojos estáticos de Nikolai son diferentes, dentro de su masa es perceptible el movimiento, la contradicción. Nikolai es el punto de convergencia entre el cielo y la tierra.
La capital está desierta, no hay polvo como se pronosticó, sino una hostil humedad. Recostado en una columna romana el sobreviviente siente sofocarse, la garganta se le cierra y una punzada en la médula sirve de advertencia. Imágenes surgen de su mente extraviada : gente /perros/ monos/ sortijas/ postes de luz/ ¡sustós!, pasajeros…. El corazón se le retuerce, la anomalía recuerda el standard y el humano deja de ser humano para ser lo que siempre fue.
Son los efectos secundarios de aquella intervención quirúrgica, Ahora tiene memoria y sufre.
-Nikolai.
Un relámpago, oscuridad y…
-Doctor, he vivido lo suficiente, siento odio, luego, pena.
-No te entiendo
-Ninguno, aporta el enfermero.
-Nesecito huir, sin embargo esta solución es irracional, luego, no es solución.
-¿De qué o de quién estás huyendo?
-Del planeta, de ustedes y de mí.
- ¿Del planeta?, no entiendo
-El planeta no es para el hombre. Mi vida no tiene explicación en el mundo.
-El mundo está para experimentar, vivir, dice el doctor
-vivir… ciertamente.
Grandes brazos mecánicos parecen ensayar movimientos, siento ganas de vomitar, de salir corriendo, pero quedo en la camilla, esperando la operación.
-Un millón de dólares serña tu recompensa cuando despiertes, pero nadie te garantiza el que lo hagas, la CMPP es muy positiva al rspecto, pero yo no estoy muy seguro de que hayan buenos resultados.
-¿cuál sería un buen resultado, doctor?
-que despertases por supuesto, y que recogieses el dinero que te espera.
- Si estoy huyendo, esto sería perjudicial, pero ya dije antes, estoy siendo irracional.
-Por mi parte me gustaría que lo más antes posible comprobaran contigo que El Adicional, para así tener más operaciones y ganar más dinero, para ser feliz en el mundo eso es lo único que basta supongo.
- El hombre no es para el mundo, doctor
-¿Porque repites esa frase?, aporta el enfermero
-El mundo no ha sido creado para el hombre, ni siquiera el hombre existía cuando se éste se creó; no hemos sido creados para sintonizar con él. Nuestra existencia es paralela.
Su cerebro parecía estallar, Nikolai recuerda y se alivia al darse cuenta que aún no está en el plano de la inexistencia. Oye voces a los costados… ¿Dr?, ¿enfermero?. El brazo mecánico ya no roza sus sesos y las náuseas lo han abandonado.
-Usted está apto para la criogenia, ya le aplicamos el “Adicional” y por las razones que conoce debemos suspenderlo por tiempo indefinido para que la siguiente fase del experimento sea factible.
-Soy solo un enfermero, pero opino que usted, mi amigo, debe ser idiota.
Nikolai flota por un momento y luego…
Simón
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Simón
-¡Somos troncos inertes esperando tocar el cielo o ser podridos por el tiempo!-
La frase salió de sus labios antes que pudiera dar razón de lo que había dicho. Sentado casi al filo de la incómoda banca de la capilla en donde había entrado para escuchar el sermón del viejo padre, casi tan viejo como sus años de ermitaño, Simón observaba como las típicas viejas devotas al sueño ceremonial de la misa lo acechaban con la mirada, sorprendidas por sus palabras tan vulgares. El eco de la estructura había hecho que su comentario fuera oído por todos en el lugar, los ruidos y los susurros empezaron y el rostro del padre hervía de la rabia- ahora se arrepentía de haber dejado entrar a su casa a tan sucio mendigo que maltrataba el barniz de las bancas y nunca daba limosna alguna-, - ¡cómo es posible que tal ser inmundo haya reclamado la suerte de los hombres en la casa de Dios, suerte que sólo él como pastor había aprendido a comprender!-, - ¡qué mendigo alimentado por la iglesia se atrevería a reclamar el destino de los mortales y cómo es posible que tales reclamos hayan salido de sus labios!, ¿acaso la oscuridad de su vida había terminado por apoderarse de su fe y de sus convicciones?
Sólo dos minutos después de la sorprendente interrupción de Simón, el padre lo miró con ojos fieros y extendió la mano- esa mano que lo había alimentado por años-hacia la puerta de la capilla. No se dijo ni una palabra, no hubo un susurro más. Solo si por suerte divina, todos en ese momento hubieran podido leer las mentes, habrían escuchado la confusión de Simón. Arrepentido de lo que había dicho y casi incapaz de comprender por qué lo había hecho, odiando haberse dormido entre sus pensamientos y haber comprendido su trágica vida, Simón se levanto avergonzado de las bancas y se dirigió a la puerta. Antes de cruzar por completo la puerta, volteó hacia el altar para despedirse de su Señor, pero sólo encontró al anciano sacerdote casi como un dios entre los fieles amedrentándolo con la mirada.
Fue en ese momento que Simón entendió su verdadera posición en la vida. La misa había sido en estos años su lugar de reposo, de calma, pero sobre todo, había sido el lugar donde escapaba de su soledad y de sus pensamientos rotos, pensamientos prófugos que acabaron con su única compañía efímera en la vida. Asistir a misa constituía lo único estable en la rutina de Simón, era la excusa para seguir viviendo su vida abandonada. Después de tantos años de asistir había dado por hecho su amistad con el padre, con las viejas devotas y con Dios, pero bastó que su conciencia se escapara de su habitual sueño primaveral para emprender la caza hacia su persona. Simón era y siempre había sido un mendigo más, que rezaba para conseguir alimento. Aceptado sólo si se sentaba al fondo del escenario donde nadie pueda sentir su presencia y su misceláneo olor. Vagabundo, mendigo y haraposo, con los dedos escapando de sus zapatos, así salió Simón de la capilla del centro de Lima sintiéndose por primare vez miserablemente solo.
Las calles de Lima ardían con el sol criollo, que estrellaba sus rayos en los rostros de todos los pobres transeúntes dispuestos a todo por contaminar sus pulmones con el fresco aire de la ciudad. -¿Quién los culpa?-sonreía Simón. Caminando por un jirón lleno de vitrinas, veía su reflejo en cada vidrio del mostrador, mientras más caminaba más incómodo y triste se tornaba su rostro. El tiempo le había enseñado a ignorar los artículos en venta que se exhibían al desnudo para el disfrute de los que pueden pagar, pero era su imagen propia lo que ahora le preocupaba. La melancolía de su expulsión de la capilla lo obligaba a caminar lento y a comprender su reflejo. No se detenía en detalles, lograba ver sólo su agreste cabello que ondulaba ásperamente con el aire. Su cuerpo era a través del reflejo una imagen oscura con manchas negras superpuestas, el polo que alguna vez fue azul extrañamente aún lograba mostrar un poco de su estampado americano. El pantalón que llevaba puesto había deteriorado todo principio ético y moral que alguna vez de niño le habían inculcado, ahora ya casi en tiritas dejaba ver casi toda su fisonomía, pero a causa de su suciedad su cuerpo había perdió sus detalles para convertirse solo en una silueta oscura. El sudor le obligó a frotar su rostro con su mano ennegrecida, su brazo y su mano se despintaron del color sucio de su piel, este evento obligó a Simón una vez más en detener su mirada en su mano. Llena de arrugas, de callos, su maltrecha mano había perdido el mínimo tono rosado y las líneas de su palma describían mejor que nadie lo que Simón había vivido. Sus uñas escondían la mugre de todos los días en su vida, llevaban registro perfecto de sus desdichas apañadas antes por la ansiosa estadía en la misa de la capilla.
Cuando el sol llegó a un punto estremecedor, donde los sentidos renuncian y la paciencia se rinde ante el estremecimiento de la calma, la desesperación de su cuerpo por escapar del calor le indicó que había llegado al fin de su camino. El jirón había ya quedado atrás al igual que muchas otras calles que Simón había recorrido sin mirar. Cerca al río, al otro lado de este, quedaba lo que Simón conocía como su casa. Al filo de la autopista, lleno de basura reciclable o una mezcolanza de muchos extraños desperdicios, quedaba el lugar que lo albergaba en las noches de los calurosos veranos y de los húmedos inviernos limeños, tales estaciones casi terminan por matarlo, pero el calor de los cartones botados y los plásticos derretidos en las fogatas de media noche no lo habían permitido.
Cansado por la caminata, se echó encima de unos montículos de papeles, pero para colmo de males un vidrio escondido entre la suavidad de su colchón de papel le cortó el brazo al rozar con su piel. La sangre poco le importó. A consecuencia de su vida de vagabundo el tétano u otra enfermedad ya no era problema para él. Lo único que lo mantenía consciente era su desgarrada vida religiosa, la cual había perdido. Ya era muy viejo para optar por otra capilla, los sacerdotes actuales ya no se estremecían por los mendigos-ya no eran ejemplos de la bondad de los pobres- y la gente actual miraba con pena su infortunio, pero lo hallaban culpable de su propia desdicha. Pedir limosna ya no era trabajo para él, los años lo habían ensuciado demasiado para producir la pena necesaria para una moneda de diez céntimos. Estaba acabad. Su vida dependería de los trozos de papel asquerosos que reuniera para poder vender como reciclaje. Un moneda de sol al día lo mataría en una semana, sería una semana con un final sin él en la capilla, pero nadie lo notaría, muerto se pudriría entre el tumulto de basura, el olor no cambiaría del actual y su existencia se confundiría con otro aquel vago atrevido que se decidiera a entrar a su antigua capilla.
Echado como estaba, observaba el cielo azul de Lima. Libre de nubes sombrías el cielo parecía hermoso por primera vez en su vida y la nostalgia, acompañada de un poquito de felicidad, se apoderó de su rostro. Una sonrisa le fue arrancada por un ser inexistente, cerró los ojos y cogió entre los dedos una pedazo de papel que sobresalía de los demás. Esperando que no sea ningún papel higiénico sucio abrió los ojos para ver que había cogido. Entre sus dedos, un billete de cien soles peleaba con el viento por no soltarse de reciente dueño o, tal vez, al revés. Los ojos de Simón se abrieron de golpe, sin la lentitud habitual y gozaron como nunca en su vida la excitación de tener por primavera vez un billete de cien. Las manos le temblaban y su vida empezaba a brillar ¡Lo sentía! Esto debería significar algo, un nuevo cambio en su vida. Totalmente desenfrenado se paró de un golpe y empezó a aplaudir como loco, si es que ya no lo fuera, pero un dolor le interrumpió la congoja.
Había estado ya unas cuantas horas echado en la basura, y al pararse había descubierto una mancha increíblemente grande de sangre donde se había recostado. Pero esto no le quitó la alegría por haber encontrado el billete, -¡gracias Dios mío!- repetía Simón tan alegre como un niño con su helado. Miró al cielo por largo rato y pensó en lo que había dicho casi dormido en la capilla, cada vez que intentaba comprenderlo se nublaba más su conciencia y no lograba entender porque lo había dicho. Al mirar a su alrededor tan solo una pregunta le vino a la mente- ¿Cuánto tiempo había estado desangrándose en el montículo de basura mientras el miraba el cielo y esperaba alcanzar la dicha de Dios? De un momento a otro, su cuerpo casi vacío se derrumbó hacia el suelo donde el papel había absorbido la sangre chorreante de su brazo y en breves instantes Simón murió.
Por... Argod
-¡Somos troncos inertes esperando tocar el cielo o ser podridos por el tiempo!-
La frase salió de sus labios antes que pudiera dar razón de lo que había dicho. Sentado casi al filo de la incómoda banca de la capilla en donde había entrado para escuchar el sermón del viejo padre, casi tan viejo como sus años de ermitaño, Simón observaba como las típicas viejas devotas al sueño ceremonial de la misa lo acechaban con la mirada, sorprendidas por sus palabras tan vulgares. El eco de la estructura había hecho que su comentario fuera oído por todos en el lugar, los ruidos y los susurros empezaron y el rostro del padre hervía de la rabia- ahora se arrepentía de haber dejado entrar a su casa a tan sucio mendigo que maltrataba el barniz de las bancas y nunca daba limosna alguna-, - ¡cómo es posible que tal ser inmundo haya reclamado la suerte de los hombres en la casa de Dios, suerte que sólo él como pastor había aprendido a comprender!-, - ¡qué mendigo alimentado por la iglesia se atrevería a reclamar el destino de los mortales y cómo es posible que tales reclamos hayan salido de sus labios!, ¿acaso la oscuridad de su vida había terminado por apoderarse de su fe y de sus convicciones?
Sólo dos minutos después de la sorprendente interrupción de Simón, el padre lo miró con ojos fieros y extendió la mano- esa mano que lo había alimentado por años-hacia la puerta de la capilla. No se dijo ni una palabra, no hubo un susurro más. Solo si por suerte divina, todos en ese momento hubieran podido leer las mentes, habrían escuchado la confusión de Simón. Arrepentido de lo que había dicho y casi incapaz de comprender por qué lo había hecho, odiando haberse dormido entre sus pensamientos y haber comprendido su trágica vida, Simón se levanto avergonzado de las bancas y se dirigió a la puerta. Antes de cruzar por completo la puerta, volteó hacia el altar para despedirse de su Señor, pero sólo encontró al anciano sacerdote casi como un dios entre los fieles amedrentándolo con la mirada.
Fue en ese momento que Simón entendió su verdadera posición en la vida. La misa había sido en estos años su lugar de reposo, de calma, pero sobre todo, había sido el lugar donde escapaba de su soledad y de sus pensamientos rotos, pensamientos prófugos que acabaron con su única compañía efímera en la vida. Asistir a misa constituía lo único estable en la rutina de Simón, era la excusa para seguir viviendo su vida abandonada. Después de tantos años de asistir había dado por hecho su amistad con el padre, con las viejas devotas y con Dios, pero bastó que su conciencia se escapara de su habitual sueño primaveral para emprender la caza hacia su persona. Simón era y siempre había sido un mendigo más, que rezaba para conseguir alimento. Aceptado sólo si se sentaba al fondo del escenario donde nadie pueda sentir su presencia y su misceláneo olor. Vagabundo, mendigo y haraposo, con los dedos escapando de sus zapatos, así salió Simón de la capilla del centro de Lima sintiéndose por primare vez miserablemente solo.
Las calles de Lima ardían con el sol criollo, que estrellaba sus rayos en los rostros de todos los pobres transeúntes dispuestos a todo por contaminar sus pulmones con el fresco aire de la ciudad. -¿Quién los culpa?-sonreía Simón. Caminando por un jirón lleno de vitrinas, veía su reflejo en cada vidrio del mostrador, mientras más caminaba más incómodo y triste se tornaba su rostro. El tiempo le había enseñado a ignorar los artículos en venta que se exhibían al desnudo para el disfrute de los que pueden pagar, pero era su imagen propia lo que ahora le preocupaba. La melancolía de su expulsión de la capilla lo obligaba a caminar lento y a comprender su reflejo. No se detenía en detalles, lograba ver sólo su agreste cabello que ondulaba ásperamente con el aire. Su cuerpo era a través del reflejo una imagen oscura con manchas negras superpuestas, el polo que alguna vez fue azul extrañamente aún lograba mostrar un poco de su estampado americano. El pantalón que llevaba puesto había deteriorado todo principio ético y moral que alguna vez de niño le habían inculcado, ahora ya casi en tiritas dejaba ver casi toda su fisonomía, pero a causa de su suciedad su cuerpo había perdió sus detalles para convertirse solo en una silueta oscura. El sudor le obligó a frotar su rostro con su mano ennegrecida, su brazo y su mano se despintaron del color sucio de su piel, este evento obligó a Simón una vez más en detener su mirada en su mano. Llena de arrugas, de callos, su maltrecha mano había perdido el mínimo tono rosado y las líneas de su palma describían mejor que nadie lo que Simón había vivido. Sus uñas escondían la mugre de todos los días en su vida, llevaban registro perfecto de sus desdichas apañadas antes por la ansiosa estadía en la misa de la capilla.
Cuando el sol llegó a un punto estremecedor, donde los sentidos renuncian y la paciencia se rinde ante el estremecimiento de la calma, la desesperación de su cuerpo por escapar del calor le indicó que había llegado al fin de su camino. El jirón había ya quedado atrás al igual que muchas otras calles que Simón había recorrido sin mirar. Cerca al río, al otro lado de este, quedaba lo que Simón conocía como su casa. Al filo de la autopista, lleno de basura reciclable o una mezcolanza de muchos extraños desperdicios, quedaba el lugar que lo albergaba en las noches de los calurosos veranos y de los húmedos inviernos limeños, tales estaciones casi terminan por matarlo, pero el calor de los cartones botados y los plásticos derretidos en las fogatas de media noche no lo habían permitido.
Cansado por la caminata, se echó encima de unos montículos de papeles, pero para colmo de males un vidrio escondido entre la suavidad de su colchón de papel le cortó el brazo al rozar con su piel. La sangre poco le importó. A consecuencia de su vida de vagabundo el tétano u otra enfermedad ya no era problema para él. Lo único que lo mantenía consciente era su desgarrada vida religiosa, la cual había perdido. Ya era muy viejo para optar por otra capilla, los sacerdotes actuales ya no se estremecían por los mendigos-ya no eran ejemplos de la bondad de los pobres- y la gente actual miraba con pena su infortunio, pero lo hallaban culpable de su propia desdicha. Pedir limosna ya no era trabajo para él, los años lo habían ensuciado demasiado para producir la pena necesaria para una moneda de diez céntimos. Estaba acabad. Su vida dependería de los trozos de papel asquerosos que reuniera para poder vender como reciclaje. Un moneda de sol al día lo mataría en una semana, sería una semana con un final sin él en la capilla, pero nadie lo notaría, muerto se pudriría entre el tumulto de basura, el olor no cambiaría del actual y su existencia se confundiría con otro aquel vago atrevido que se decidiera a entrar a su antigua capilla.
Echado como estaba, observaba el cielo azul de Lima. Libre de nubes sombrías el cielo parecía hermoso por primera vez en su vida y la nostalgia, acompañada de un poquito de felicidad, se apoderó de su rostro. Una sonrisa le fue arrancada por un ser inexistente, cerró los ojos y cogió entre los dedos una pedazo de papel que sobresalía de los demás. Esperando que no sea ningún papel higiénico sucio abrió los ojos para ver que había cogido. Entre sus dedos, un billete de cien soles peleaba con el viento por no soltarse de reciente dueño o, tal vez, al revés. Los ojos de Simón se abrieron de golpe, sin la lentitud habitual y gozaron como nunca en su vida la excitación de tener por primavera vez un billete de cien. Las manos le temblaban y su vida empezaba a brillar ¡Lo sentía! Esto debería significar algo, un nuevo cambio en su vida. Totalmente desenfrenado se paró de un golpe y empezó a aplaudir como loco, si es que ya no lo fuera, pero un dolor le interrumpió la congoja.
Había estado ya unas cuantas horas echado en la basura, y al pararse había descubierto una mancha increíblemente grande de sangre donde se había recostado. Pero esto no le quitó la alegría por haber encontrado el billete, -¡gracias Dios mío!- repetía Simón tan alegre como un niño con su helado. Miró al cielo por largo rato y pensó en lo que había dicho casi dormido en la capilla, cada vez que intentaba comprenderlo se nublaba más su conciencia y no lograba entender porque lo había dicho. Al mirar a su alrededor tan solo una pregunta le vino a la mente- ¿Cuánto tiempo había estado desangrándose en el montículo de basura mientras el miraba el cielo y esperaba alcanzar la dicha de Dios? De un momento a otro, su cuerpo casi vacío se derrumbó hacia el suelo donde el papel había absorbido la sangre chorreante de su brazo y en breves instantes Simón murió.
Por... Argod
Poema I, II y III
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Otros autores
I
Verde como sus ojos falsos
Salió de su casa
Y transitó siete años
En camino liso
Corriendo descalzo
Y ahora vuelve nuevo nombre
Pisando suave orgulloso
Y habla criollo hincando con los ojos.
II
Hielan tu lengua y comen de tus cabellos
Burbujea la sopa de tus entrañas
Pensamientos condimentándola
Un poco de lágrimas
Tu mero pueblo la prueba
Ni perezosos se la tragan
Veneno no los matas
Roncha destinada a desparecer
Que veneno que engorda no mata.
III
Fantasía que me creo
Jugosa placentera,
Húmeda la caprichosa
Vacía cuando la muerdo
¡Sí!-deseable cómplice-
¡Ojos! ¿Qué besan?
Almohada, mi pobre asfixiada.
(Dedicado al enfermo romanticón)
Por ... Argod
Zooey Deschanel
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La Chica PortalPandemonio
Ficha tecnica:
NOMBRE: Zooey Claire Deschanel
NACIMIENTO: 17 de enero de 1980
EDAD:29 años
ESTATURA:1 68
LUGAR NATAL: los angeles, California, eeuu
PROFESIÓN: Actriz y Cantante
PREMIOS: Mejor actriz – festival del mar de plata
NOMBRE: Zooey Claire Deschanel
NACIMIENTO: 17 de enero de 1980
EDAD:29 años
ESTATURA:1 68
LUGAR NATAL: los angeles, California, eeuu
PROFESIÓN: Actriz y Cantante
PREMIOS: Mejor actriz – festival del mar de plata
Esta es la primera entrega de la seccion : la chica PortalPandemonio! y tras una serie de candidatas he considerado que la joven Zooey Deschanel es la adecuada para dar inicio a una posterior vorágine de hermosísimas mujeres. Recuerdo con exactitud la primera vez que disfruté de su delineada y frágil figura, la película: Yesman, ella era la co- protagonista pero a mi parecer le robó el papel al mismísimo jim carrey (y eso a sabiendas de lo roba cámara que es), en la película su personalidad era naturalmente extravagante y en una escena se la ve cantando en un bar, su voz me impactó, aquella vocecita delicada que se fracturaba al instante y te dejaba volando por algún lugar resaqueado en la memoria, fue tanto el impacto que mas tarde averigüé más sobre ella y descubrí que en la vida real (si es posible distinguir entre ambas) formaba parte de un dúo llamado She and Him del cuál era la vocalista; Sentimental Heart, un sencillo de Volume One, su disco debut me partió el alma, su voz era realmente bella, era como su chiquillesca figura: música fresca, limpia y que en cierto punto sentías que rompía el aire; efecto parecido al que causa la chica de Russian Red o la de The Do.
Con varias participaciones en películas Zooey se perfila como una muy buena actriz, ganando el Premio a la Mejor Actriz en el festival de mar de plata y siendo nominada en el 2004 a los premios Independent Spirit Awards por su interpretación en All the Real Girls.
Desafortunadamente casada con Ben Gibbard, vocalista de la banda de rock Death Cab For Cutie.
domingo, mayo 10, 2009
Antes del almuerzo
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Poemas Buscando Poemario
[Extracto del Antiguo Testamento]
Antes del almuerzo
Destornillo panes de yema duros,
estirables y susceptibles a la ruptura,
santitos de melocotón afresado en
altares de madera comestibles
Ya me lo había dicho el rocoto:
Unta los ángeles de sal con chocolate,
no olvides que faltan pimientos en la sopa.
Antes del almuerzo
Destornillo panes de yema duros,
estirables y susceptibles a la ruptura,
santitos de melocotón afresado en
altares de madera comestibles
Ya me lo había dicho el rocoto:
Unta los ángeles de sal con chocolate,
no olvides que faltan pimientos en la sopa.
Árbol
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Poemario: TristeOscuro
Admirábase el árbol reseco,
sus ramas delgadas olvidadizas,
Mi memoria entrecuzada con tiranas y cansadas raíces,
Y un sol que crepita sobre el pesar inefable;
Admírese,
Tu figura embalsamada,
La quietud de un árbol que no camina.
Reza salmos perdidos,
los rumores sin eco,
Tu mente absorta ante sus canas,
Y una lluvia que hace el amor mientras sonrie.
Mi admiración...
mi eterna admiración!
sus ramas delgadas olvidadizas,
Mi memoria entrecuzada con tiranas y cansadas raíces,
Y un sol que crepita sobre el pesar inefable;
Admírese,
Tu figura embalsamada,
La quietud de un árbol que no camina.
Reza salmos perdidos,
los rumores sin eco,
Tu mente absorta ante sus canas,
Y una lluvia que hace el amor mientras sonrie.
Mi admiración...
mi eterna admiración!
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