1) La naturaleza filosófica
Sócrates comienza a determinar en lo que consiste las naturalezas filosóficas, y en primer punto destaca que el filósofo ama lo inmutable y desdeña lo cambiante, siguiendo esta misma línea se ama a la ciencia con pasión, puesto que es mediante ella que se puede revelar la esencia inmutable de las cosas. El filósofo debe de sentir aversión por la mentira, ya que la ciencia busca ante todo la verdad, y el filósofo ama la ciencia en todo su conjunto y no es posible amar la mentira y la verdad al mismo tiempo.
Aquella persona que busque el saber, la verdad absoluta, está cercano al placer puro del alma y lejano al de los meros placeres del cuerpo (el primero es inmutable y el segundo cambiante). Si un alma busca lo divino y la universalidad y plenitud de lo humano, entonces debe de estar libre de toda vileza, pues según Sócrates la mezquindad del espíritu es precisamente lo que se opone a esta búsqueda. Para Sócrates un hombre que no es vil, ni cobarde y modera sus deseos resulta una persona justa y sociable, característica básica de la naturaleza filosófica; es por esto que cuando sea menester el distinguir una naturaleza filosófica de una naturaleza que no lo es, se deberá observar si desde la juventud hay justicia y mansedumbre, o si por el contrario hay injusticia y violencia. Otra característica básica del filósofo es que debe de tener el don de la buena memoria, pues no podría adquirir el saber si es que no puede retener de buenas a primeras lo que aprende.
Haciendo una síntesis, Sócrates expone que no cualquier persona es apta para consagrarse con éxito a la filosofía si es que antes no cumple con ciertos requisitos:
“.. solo puede consagrarse con éxito el que está naturalmente dotado de memoria, facilidad para aprender, grandeza del alma, afabilidad, y que es amigo y en cierto modo aliado de la verdad, de la justicia, del valor y de la templanza” (487 a)
2) La Reputación del Filósofo
Luego de esta brillante exposición Sócrates le pregunta a Adimanto si es que estos hombres, con todas estas características, son confiables para recibir el gobierno de la ciudad. Adimanto dice no poder oponerse a los razonamientos de Sócrates, sin embargo esto no lo detiene a afirmar que si se observa con cuidado, todos aquellos que se dedican a la filosofía y que se consagran a ella desde muy temprana edad, son en su mayoría personas extravagantes, por no decir malvadas e inútiles para la ciudad. Surgen entonces dos razones que le dan mala reputación a los filósofos: a) La inutilidad, y b) la perversidad.
a) Sócrates comienza respondiendo la primera acusación reafirmando que los filósofos son inútiles para la ciudad, Adimanto se sorprende por esta respuesta y pregunta cómo puede ser posible entonces que personas consideradas inútiles sean precisamente las indicadas para gobernar y hacer que cesen los males en las ciudades. Para explicar con más precisión su punto de vista sobre la inutilidad de los filósofos, y no caer en contradicción aparente con su idea del filósofo gobernante, Sócrates recurre a una comparación:
En una nave existe un patrón, que es el más alto y fuerte que todos los demás tripulantes, éste patrón está algo sordo y corto de vista y no es versado en el arte de la navegación. Los tripulantes luchan por la sucesión del mando, sin saber siquiera sobre su manejo, asimismo afirman que este oficio no es merecedor de mayor estudio y están dispuestos a eliminar a quien diga lo contrario. Éstos tripulantes inutilizan por completo al patrón y asesinan a sus favoritos, dueños ya de la embarcación comen y beben hasta el hartazgo y se elogian entre ellos de grandes marineros, cuando lo único que han hecho es emplear la persuasión y la violencia para obtener el mando, despreciando como inútiles a los que se conducen de modo opuesto al suyo. Ésta parte de la tripulación, que ha logrado hacerse con el poder, es de la creencia de que para manejar el barco no es importante adquirir mediante la teoría y la experiencia los saberes propios que constituyen el arte del piloto, como por ejemplo: tener en cuenta los cambios de clima, saber sobre el movimiento de los astros, etc. Se sigue, que estos marineros que gobiernan ahora el barco, tratarán de inútil al verdadero piloto, que ve como necesidad, entre otras cosas, la contemplación de las estrellas.
Sócrates culmina de esta forma su comparación y le dice a Adimanto que este cuadro es un retrato fiel del trato que reciben los filósofos en las ciudades, y que los verdaderos culpables de la inutilidad de los filósofos son aquellos que impiden que éstos actúen. No es dable pensar, que los filósofos supliquen a los ciudadanos para gobernar, así como no es dable pensar que un verdadero piloto suplique a los marineros dejarse gobernar por él; lo natural, dice Sócrates, es que el que tiene necesidad de ser gobernado busque al que pueda gobernarle y no viceversa.
b) Luego de aclarado este punto, Sócrates se dispone a buscar la causa de la perversidad alojada en la mayoría de los que son designados como filósofos, y a demostrar que la filosofía en sí misma tampoco es responsable de este mal. Para comenzar, hace un recuento de las cualidades del filósofo: Es justo, ama a la ciencia y con esto a la verdad esencial de las cosas, rechaza las apariencias, la mentira y las meras opiniones, y posee buena memoria. Luego de recordarle a Adimanto las cualidades del filósofo, Sócrates está preparado para analizar las causas mismas que las corrompen.
Lo que pervierte el alma de los hombres, es también lo que es considerado como un bien: la belleza, riqueza, fuerza, etc. En el mismo sentido, un filósofo posee cualidades excepcionales, pero si no son cultivadas adecuadamente por medio de una buena educación, éste se pervierte y es capaz no solo de cosas malas, sino de cosas grandiosamente perversas (Sócrates cree que una naturaleza grande, solo es capaz de hacer cosas grandes, sean buenas o malas; y una naturaleza débil solo es capaz de hacer cosas mediocres, sean buenas o malas). La educación en este punto cumple un papel muy importante, ya que si una persona de naturaleza filosófica recibe una buena educación, adquiere todas las virtudes, pero si ocurre lo contrario, adquiere todos los vicios, salvo si un dios lo protege.
Más tarde Sócrates le explicará a Adimanto que cuando un hombre llega a la madurez de sus cualidades, es requerido por las personas pues éstas se quieren servir de él; para esto muchos lo adulan y llenan su cabeza con ideas de poder, orgullo y arrogancia. Un hombre que ha sido contaminado con las opiniones de aduladores, raramente va a escuchar a quien le diga que le falta la razón y necesita consagrarse a ella por completo; si por el contrario prestara atención, los aduladores al ver que pierden su amistad harían hasta lo imposible por desviarlo de su camino y recuperar sus favores.
Para Sócrates los sofistas son los que invaden el quehacer filosófico, destacándose por varias cosas: Cuando no pueden convencer con las palabras utilizan la mayor violencia (castigan mediante privación de derechos y penas de muerte), son personas que se interesan por conocer las opiniones y el comportamiento de las masas, para así dominarlas y adularlas, confunden lo bueno con el placer, y profesan que lo malo es todo lo que les molesta (no son capaces de reconocer que no son equivalentes las necesidades naturales con lo bueno). Los filósofos ya pervertidos se someten a lo que la multitud aprueba, hacen juzgar a la multitud qué es bueno y qué es hermoso, a pesar de que la multitud no está en capacidad de hacerlo pues se guía de meras opiniones; en este sentido Sócrates cree que el vulgo no puede ser filósofo, todo lo contrario, el vulgo rechaza a los filósofos.
Sócrates afirma que la filosofía, a pesar de que se encuentra un tanto abandonada, es requerida por hombres vulgares, puesto que goza de un estatus que la coloca sobre las demñas artes. Éstos hombres vulgares que se acercan a la filosofía engendrarán sofismas.
3) La Filosofía, sus estudios y el Gobierno de las ciudades.
Sócrates cree que un gobierno adecuado es aquel que apoya el crecimiento de los filósofos, asimismo afirma que en ese momento no puede ver ninguna forma de gobierno que cumpla con este requisito. El ideal de Sócrates es que la formación de los filósofos sea apoyada: que desde niños aprendan filosofía, luego crezcan y sean fuertes y cuando envejezcan y sus fuerzas les impidan estar en la guerra, encuentren los espacios para consagrarse a la filosofía.
Sócrates afirma que no puede existir una ciudad con una forma de gobierno perfecto si es que los filósofos no se ven obligados a encargarse de ella, y los ciudadanos a obedecerlos. Esta afirmación encuentra sustento en la creencia de Sócrates de que el filósofo al tratar las cuestiones verdaderas e inmutables y ordenadas, trata de imitarlas y él mismo se torna ordenado y divino hasta donde lo permite su naturaleza; si algún motivo lo obliga a gobernar, entonces hará al mismo tiempo extensivo a las costumbres públicas y privadas de sus semejantes éste orden.
Luego de expresado por Sócrates el hecho de que el filósofo es necesariamente quien debe gobernar a la ciudad y a los ciudadanos, éste se dispone a analizar cómo debe ser el proceso de formación de estos hombres capaces de sostener la organización política. Sócrates comienza por afirmar que los gobernantes deben de amar la ciudad, y que para escogerlos y seleccionarlos, su amor por la ciudad debe probarse en medio del placer y del dolor, quienes no sucumban a éstas pruebas serán dignos del gobierno de la ciudad.
Sócrates explica por qué el número de los filósofos es tan reducido alegando de que si ya es raro encontrar a una persona con las cualidades necesarias de justicia, templanza, búsqueda de la verdad y amor hacia ella, etc., así como también es raro encontrar a una persona que posea el don de la buena memoria; es lógico que sea más difícil aún la existencia de una persona que posea ambas cosas. Es claro que para ser gobernantes deben cumplir con ambas cuestiones.
Los filósofos en su formación, además de ser sometidos a pruebas, a trabajos y peligros, deberán de dedicarse concienzudamente a sus estudios superiores, esforzarse es sus estudios intelectuales tanto como en sus prácticas físicas. Solo después de este proceso el filósofo podrá acceder al conocimiento que es el más elevado de todos: El Bien.
4) El Bien: Símil del Sol y Símil de la Línea.
Sócrates le explica a Adimanto que el Bien es identificado comúnmente con el placer o con el conocimiento; ambas opciones son igual de erradas: en primer lugar, el bien no es equivalente al placer puesto que es evidente que existen placeres malos, y esto genera una contradicción pues se tendría que aceptar que existen cosas buenas y malas al mismo tiempo; en segundo lugar, el bien no es equivalente al conocimiento, puesto que las personas que defienden este postulado creen que nosotros comprendemos el bien en cuanto pronunciamos la palabra bien. Sócrates afirma además, que no se puede tener un conocimiento real de lo justo y lo bello si es que a ello no se le une el conocimiento del bien.
Llegado a este punto Adimanto le insiste a Sócrates que defina minuciosamente lo que es el bien, Sócrates le responde diciendo que no puede definirlo muy fácilmente puesto que excede su lenguaje, pero que tratará de acercarlo a su comprensión mediante el uso de un símil.
El Sol es equivalente al bien. Nosotros percibimos las cosas visibles con el órgano de la vista, sin embargo el acto de ver solo es posible mediante la actuación de una tercera cosa aparte de los ojos y de los objetos sensibles en sí mismos; esta tercera cosa es la luz, pues solo con ella los objetos pueden ser iluminados, los colores distinguidos y los objetos percibidos por la vista. Sócrates ahora, para continuar con el símil, pregunta quién es el dios de la luz, y Adimanto le responde que es el Sol. El Sol entonces es el dios dueño de la luz, éste, continúa Sócrates, no es la vista pero ha infundido en ella la virtud que posee; la vista ahora puede ver al Sol. De igual modo, como la luz que viene del Sol, ilumina las cosas sensibles y nos permite conocerlas; así mismo la inteligencia puede conocer a las ideas si es que el bien ilumina en el proceso. El sol entonces reina en lo visible y el bien en lo inteligible.
Sócrates para explicarle a Adimanto con más claridad la diferencia entre mundo visible y mundo inteligible recurre a otro símil: el símil de la línea, mediante el cual expondrá los diversos grados de conocimiento. Platón, por medio de Sócrates muestra su preocupación por establecer una teoría del conocimiento.
Una línea, dice Sócrates, debemos partirla en dos partes desiguales, y a su vez ambas partes partirlas en dos. La primera gran parte representa el mundo visible y la segunda el mundo inteligible. La primera sección del mundo visible son las imágenes, entendidas como sombras y reflejos de los objetos reales, y la segunda, los objetos reales. Sócrates afirma que en el mundo visible existe una equivalencia con el mundo inteligible, pues en ambos hay una separación entre verdad y falta de verdad. La segunda gran parte es la que concierne al mundo inteligible, ésta se divide como ya hemos dicho en dos secciones, la primera que se caracteriza por un procedimiento que parte de la hipótesis y va hacia el resultado (éste proceso estaría en todo momento vinculado y sería dependiente del mundo físico), y la otra que es un procedimiento que va de la hipótesis hacia el principio, la cuál es la sección más elevada de todas puesto que el resultado sería verdadero por sí mismo sin depender de los objetos del mundo sensible. Sócrates establece que cada una de las cuatro partes de la línea es una operación del alma y que cada cual goza de un estatus, la menos elevada y la última (cuarta) es la imaginación, la creencia es la tercera, el entendimiento es la segunda y la inteligencia es la primera y la más elevada de todas.
Cabe agregar a todo, que estos símiles (símil del Sol y símil de la línea), además de obedecer a la necesidad de Platón de establecer una teoría del conocimiento como ya se ha dicho, obedecen también a una necesidad moral, como lo afirma Guthrie:
“Es útil recordar que la finalidad de Platón al construir una teoría del conocimiento es siempre moral. Todo acto justo sólo puede ser una imagen imperfecta de la Forma de la Justicia, pero hombres como Calicles o los Treinta Tiranos ni siquiera reconocen los actos justos como justos, y mucho menos la Justicia en sí. En su interior poseen la capacidad de hacerlo así, pero los deseos de la parte mñas baja del alma se han hecho demasiado fuertes como para permitirles hacer uso de ella (519ª-b)” GUTHRIE pp 495
Bibliografía
PLATÓN, República, traducción y notas de Antonio Camarero
2005 Buenos Aires: Eudeba
GUTHRIE, William. Historia de la Filosofía Antigua. Tomo IV.
1990 Madrid: Gredos.