Autoretrato. Roy Lichtenstein |
Un mérito extraño enarbola a los filósofos, un mérito que nunca me convence. En verdad, es ver y hablar lo que sucede y lo que nos dicen y se nos proyecta, cuestión difícil y también evidente. Sloterdick es el filósofo del debate prometido, que por más que se suscite mil veces, como sucede en muchas ramas, sigue pendiente incluso cuando está ocurriendo. La naturaleza del ser humano, su esencia real, el dominio de la “bestia”, son la sustancia de casi todos estos rompecabezas.
Demasiado satisfechos con la anulación de la animalidad se muestran los humanistas, pero es solo una careta, pues en el fondo todos conocemos el fracaso del máximo postulado humanista: humanizar al humano, atar los músculos a la mente. El sistema educativo occidental oficiado por el humanista combate a un muñeco de paja, a un rival debilitado, caricatura del ser humano; es decir, lo despoja de su unidad natural creyendo que en la división hallará (y halló provisionalmente) la victoria.
El corazón de un hombre y su razón están íntimamente vinculados siendo partes diferentes, y que sean diferentes no quiere decir que, como en las ficciones de Robert Louis Stevenson, afirmemos la existencia de un monstruo bicéfalo. Humano versus salvajismo, es entonces una división sospechosa, ya que precisamente lo salvaje se encuentra dentro del conjunto “humano”.
Sloterdijk lanza sus dardos hacia la mirada que hasta hoy se tiene del ser humano, y el debate sobre su naturaleza queda abierto de par en par. Dotar de inteligencia, educar humanísticamente no ha sido una salida con frutos siempre dulces, bastaría con hacer memoria y analizar que los grandes “bárbaros” casi siempre han sido, precisamente, “grandes” eruditos. Los ladrones más hábiles son sin duda los ladrones de guante blanco, los Arsenio Lupin, acreedores de una naturaleza y una educación envidiables. A mi parecer, y a la luz de infinidad de ejemplos, me parece evidente al igual que a Sloterdijk, el fracaso cantado del acto de intentar machacar a Dionisio. Agregaría a este asunto: la razón no es más que la herramienta que potencia el deseo, el placer, el lado bestial del hombre; la “razón” de Santa Rosa de Lima se puede interpretar incluso, como la herramienta creadora de innumerables métodos de tortura, que no busca suprimir el lado sensual sinó más bien, alimentarlo y potenciar el placer sadomasoquista.
El hombre, poseedor de una razón cómplice, debe ser controlado o de lo contrario acabaría con todo a su paso. Del debate de Sloterdijk es posible pensar la democracia como un gran mal, un sistema de organización inferior, pues el control y porvenir de una comunidad de estos seres, estaría determinado no necesariamente por los más aptos. Un concurso de poesía no puede tener- NUNCA - a un jurado que no sabe leer. Lo necesario para que la democracia funcione, es a mi juicio, una educación para todos y del mismo nivel. Ahora, incluso cuando sea dable una sospechosa educación para todos y del mismo nivel, nada se resolvería puesto que lo verdaderamente difícil es determinar cuál visión de mundo deberá imponerse en la escuela. Es claro, que en la historia de la humanidad las visiones persistentes son las que se imponen a la fuerza. Existen, miles de sistemas desde los cuales el mundo y sus habitantes giran en sintonía perfecta, pero al mismo tiempo cada uno de estos sistemas son contradictorios entre sí.
Expuesto todo lo anterior nos conducimos hacia la necesidad de algo que oriente al ser humano, que permita la convivencia pacífica (no reflejada en la democracia sonrojada) incluso cuando poseemos impulsos destructivos dentro de nosotros. La solución ha sido mirar hacia la moral y utilizar abusivamente la palabra “evolución”. La moral para muchos es el claro ejemplo de un bastión al cuál aferrarnos antes de morir en medio de una tormenta, la moral permitiría poseer leyes, reglas de juego que no solo obedecen a un arbitrario pacto social sino también a una disposición natural. La moral nos nace del alma, y al mismo tiempo es una regla que se establece tras una simpatía comunitaria.
Olvidados se encuentran los locos, los genios, los individuos, los “yo” de moral particular y no necesariamente correlativa a la moral de determinado grupo de personas. Puede afirmarse que la moral es meramente un contrato de supervivencia, pero este argumento se desmorona cuando analizamos a las personas que arriesgan sus vidas por defender su moral propia. Paradójico es, que precisamente una sarta de neuróticos hayan sido siempre los proveedores de soluciones y los capitanes que dirigen el timón del porvenir en todas las sociedades. La moral entonces no es una respuesta a una búsqueda factible de colectivismo, ni una atadura a un modo de ser “estandarizado”.
El empleo de la palabra evolución también intentó e intenta, así como cierta formulación de lo moral, justificar y dar esperanzas a la vida del ser humano. La palabra moral goza de cierto estatus, lo moral ES lo que se debe de hacer y lo inmoral lo que no se debe de hacer, así, las sociedades se imponen a la fuerza utilizando simplemente el estatus de esta palabra, desatendiendo el hecho de que sus valorizaciones no son más ni menos morales que las del extranjero sino simplemente distintas. Asimismo, la palabra “evolución”, se utiliza para darle validez a una postura, pues la evolución no existe y esto lo sabemos desde que el primer hombre caminó en dos patas y cogió una piedra para matar a su contrincante.
Lo que puedo deducir del debate de Sloterdijk, que es tan familiar a todos, es una desesperación ante el sinsentido, desesperación que se llena con malos usos del lenguaje, o en todo caso, usos convenientes. El hombre, es, en definitiva, una incógnita, un significante – cuidadosamente – vacío.
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